El acto de creación como acto de resistencia
Imma Merino

Mientras pensaba cómo escribiría este texto, se cumplieron veinte años de la muerte de Gilles Deleuze. Fue un 6 de noviembre. Para recordarle, estuve viendo el vídeo de la conferencia que el filósofo dio en marzo de 1987 en La Fémis, la Escuela Superior de Imagen y Sonido de París, titulada «¿Qué es un acto de creación?». Se trata de una cuestión misteriosa que palpita en el fondo del discurso desplegado entonces por Deleuze (y recurrente en su pensamiento) y que, hacia el final, vincula con un acto de resistencia en el que confluye la voluntad de resistir a la muerte y la insumisión al control que —ya lo intuyó Foucault— se ha ido extendiendo hasta caracterizar la sociedad actual.

Deleuze afirma que el control social se realiza a través de la comunicación, al propagar una información que quieren que creamos. Contrariamente, el filósofo apunta que el arte es, o debería ser, ajeno a la comunicación. Un acto de creación sin información o, en cualquier caso, portador de contrainformación: un acto de resistencia en el que la palabra (o una forma) se eleva en el aire mientras su objeto pasa bajo tierra. Un acto que escapa al control, un gesto irreductible, una forma mutante.

Al inicio de su conferencia, Deleuze dice que el filósofo elabora conceptos mientras que el artista debe dar forma a una idea: lo importante es tener ideas, aunque solo sea una. Una idea que puede ir formándose en la repetición, pero con variaciones, en el curso de una obra o en el devenir de un proceso creativo. Es por ello que uno de los conceptos fundamentales de Deleuze, elaborado en los inicios de su filosofía, es la repetición, aunque vinculada a la diferencia, para pensar más allá de la lógica de la identidad, de la idea que, para ser, debe reproducirse lo idéntico. La repetición se despliega en la diferencia: los seres, las cosas se construyen, se singularizan en una repetición mutante porque incluye positivamente la diferencia, la alteridad. Es un concepto que pretende la liberación del sujeto moderno de la sumisión a la identidad esencial, la identidad fija para siempre. La vida misma como una creación constante. También supone una liberación para el arte, pues al no existir nada sustantivamente original, no existe copia y, en cualquier caso, la repetición no es del arte en sí. De hecho, precisamente en la repetición observamos las pequeñas diferencias, alteraciones, mudanzas.

Es más, es posible pensar que, contrariamente a lo supuesto, el yo contemporáneo cree singularizarse exhibiéndose en imágenes que, paradójicamente, parecen idénticas hasta el punto de configurar el espejo de una sociedad homogénea. Y lo hace a través de canales de comunicación en los que transmite una información de sí mismo que contribuye a controlarle, ya sea políticamente como dejándole reducido a un mero sujeto de consumo. Por esta razón, hoy más que nunca, el acto de creación debería ser (o, de hecho, es) un acto de resistencia que, frente a la homogeneidad, exprese o capte alguna cosa no idéntica: un gesto diferente en la repetición. Es una posibilidad que entrevemos en las lágrimas que Edith Medina recogió de diversos donantes y cultivó, descubriéndonos sus capacidades estéticas en la revelación de formas inesperadas; en el relato de Raphael Emine sobre la relación del humano con el agua en el que conviven técnicas industriales con técnicas arcaicas, ligadas a una experiencia mítica y ritual; en la búsqueda que lleva a cabo Mireia c. Saladrigues de comportamientos no convencionales, de gestos distintos en una sociedad controlada por el mercado y las instituciones; en las luciérnagas (una idea o quizás una imagen que, significativamente, también utilizó Pasolini) que, imagina Javier Chozas, aparecen cuando se apagan los dispositivos digitales para iluminar la diferencia que, contenida en las redes, estas hacen invisible: bellas historias que se diluyen en idéntica multiplicidad; en la exploración que lleva a cabo Jennis Li Cheng sobre las diferencias en la vida y la arquitectura de los barrios, que persisten incluso a pesar de la uniformización creciente del mundo urbano y la clonación de nuevos espacios en las ciudades.

Mostrar la diferencia dentro de la repetición no es solamente un juego formal; es un gesto fundamental del arte, la vida como creación y un acto de resistencia política.

abstract
  • «¿Qué es un acto de creación?», una cuestión misteriosa que palpita en el fondo del discurso desplegado por Deleuze y que, hacia el final, vincula con un acto de resistencia en el que confluye la voluntad de resistir a la muerte y la insumisión al control que —ya lo intuyó Foucault— se ha ido extendiendo hasta caracterizar la sociedad actual. Deleuze dice que el artista debe dar forma a una idea que puede ir formándose en la repetición, pero con variaciones, en el curso de una obra o en el devenir de un proceso creativo. Mostrar la diferencia dentro de la repetición no es solamente un juego formal; es un gesto fundamental del arte, la vida como creación y un acto de resistencia política.
  • Gilles Deleuze, arte contemporáneo, creación, arte, política, resistencia, muerte.